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Tuesday, June 5, 2018

ORDENACIÓN AL PRESBITERADO DE BLANCA AZUCENA CAICEDO CAICEDO Y MARÍA TERESA MARTÍNEZ MALDONADO PRESIDE: OLGA LUCÍA ÁLVAREZ BENJUMEA (ARCWP*) PIEDECUESTA, 2 JUNIO 2018





HOMILÍA

Querida Comunidad, hermanas/os:
Es para nuestro Movimiento ARCWP (Asociación de Presbíteras Católicas Romanas), un gran gozo y alegría compartir con todos ustedes, la celebración a la orden del presbiterado de nuestras hermanas Blanca Azucena y María Teresa. Ellas son dos mujeres valientes, y pioneras que vienen a sumarse, a través de su entrega y compromiso, al servicio de la Iglesia, inmersas en el Pueblo de Dios, al cuidado de los más pobres y necesitados.
La una como docente (colombiana), cercana a sus alumnos y compañeros, y la otra como médica(venezolana), atendiendo a sus pacientes, ambas ex religiosas, con experiencia en pastoral misionera y con buena y sólida formación religiosa.
Para quienes no nos conocen, me permito hacer una breve reseña de nuestro Movimiento. El Movimiento como tal, nació en El Danubio, (2002) con la celebración de Ordenación de las primeras 7 compañeras en aguas internacionales, para que no tuviera que ver con Diócesis alguna, en señal de que el ministerio y el Evangelio que anunciamos no tiene fronteras. De manera simbólica se hizo en un barco, no como quien realiza un crucero, sino simbolizando la barca de Pedro, en fidelidad a la Iglesia.
¿Quién las ordenó? Es una pregunta que suelen hacernos. Fueron ordenadas por un obispo en plena sucesión apostólica, del cual nos reservamos su nombre, según su petición, hasta el día de su muerte.
No pretendemos competir con nuestros hermanos sacerdotes, no buscamos ni altar, ni poder, ni templo o parroquia, sólo usamos los ornamentos siguiendo el Rito Romano, en las ordenaciones y celebraciones. Nuestro ministerio es de servicio, es pastoral y es catequético. Esto es lo que nos define, así expresamos nuestro SER como ministras dentro de la Sucesión Apostólica, no a través del poder, sino a través del servicio, la disponibilidad y el amor.
Trabajamos en el anuncio del Evangelio. Esa fue la misión que Jesús encargó a nuestra Patrona, María Magdalena. No pretendemos quedarnos sólo en los ritos; nuestras Eucaristías son y han de tener un  carácter pastoral y catequético, capaces de ir generando el cambio radical en la vivencia del Evangelio, mediante la creación de comunidades cristianas cada vez más vivas y dinámicas.
Tras el Edicto de Milán, allá por el año 313, con el emperador Constantino, se produjeron muchos cambios en la Iglesia, que supusieron una mayor cercanía con el poder político. Poco a poco fueron cambiando muchas cosas en relación a lo que había sido la vivencia de las primeras comunidades cristianas. Unas fueron para bien, pero otras, bastantes, fueron para mal.
El Espíritu no ha dejado de actuar en la Iglesia y de impulsarla con su fuerza, pero a veces la tozudez humana ha cambiado ese soplo divino por soplos humanos. El Evangelio, en muchos aspectos, se fue cubriendo de polvo y en muchos momentos se distorsionó, sustituyendo el proyecto de Jesús por el proyecto de los hombres, de algunos hombres, no de todos, porque honestamente hay que reconocer que, a lo largo de los siglos, siempre se han dado movimientos, grupos, personas y formas, fieles a la radicalidad propuesta por Jesús en el seguimiento y al servicio del Reino de Dios.
No obstante, la vitalidad y la cercanía de las primeras comunidades cristianas, a nivel general, perdió fuerza y energía y ésta fue sustituida por ritos, novenas, rezos, costumbres, modos y maneras de ser y de vivir… que fueron alejando el Evangelio de la realidad más real y vital de nuestros pueblos y sus necesidades. En muchos momentos los gritos, el dolor, la impotencia ante la injusticia fueron y han sido ignorados, siendo sustituida la fe verdadera y el compromiso cristiano, por una religión de puro folklore y turismo, de hábitos y formas en las que la Buena Nueva quedó postergada, y se fueron  adormeciendo nuestra fe y nuestras conciencias.
Nos reúne en esta ocasión de manera especial la fiesta del Corpus Christi, y la ordenación al presbiterado de nuestras hermanas, lo que nos lleva de una manera profunda y comprometedora, a reflexionar y hablar de la Eucaristía.
Muchos/as de los aquí presentes, se preguntarán si por el hecho de que seamos mujeres quienes vamos a concelebrar, la Eucaristía tendrá el mismo valor que si fuesen varones quienes presidieran esta celebración.
Debemos saber y por ello lo recuerdo, que sólo hay un Único y Eterno Sacerdote, que es Jesús. Y sin entrar en ningún tema teológico o de Sagrada Escritura, tengo que decir que no importa que quién presida la Eucaristía sea varón o mujer, porque según leemos en el libro del Génesis, todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Es decir hombres y mujeres tenemos la misma dignidad de Hijos de Dios y somos iguales, con iguales derechos y responsabilidades, porque todos recibimos un mismo bautismo que nos hace Hijos de Dios y miembros activos de la Iglesia.
En último término, debemos tener en cuenta que quién actúa en la consagración y transforma el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre de Jesús, no son ni el presbítero, ni la presbítera, sino el ESPÍRITU SANTO. Por lo cuál ambos, ya sean mujeres o varones, son meros instrumentos en manos de Dios, para servir a la comunidad que se reúne en su Nombre.

El compromiso y la entrega en la Eucaristía, tanto de quien preside como de los participantes, no tiene un carácter individual sino comunitario, no tiene  el tinte de actividad privada y por tanto no caben límites, muros o fronteras. La fuerza y esencia única de las palabras de la consagración, nos implican a todos y a todas, a cada uno de nosotros. “Hagan, esto en memoria mía”, es una propuesta, una petición y un desafío a asumir y vivir la vida de Cristo, su Palabra, su Testimonio, su Entrega, poco a poco en nuestra vida cotidiana, en nuestras circunstancias, en nuestros sueños y proyectos, en medio de la lucha y del sufrimiento, ayudando a otras/os a vivir en plenitud y con alegría la vida, la Justicia, la Paz y la Reconciliación.

Celebrar la fiesta de la Eucaristía, es aceptar la entrega, asumiendo conscientemente que nuestra vida, nuestra existencia en su totalidad, ha de vivirse como un partirse y repartirse continuamente como Jesús, dando y ofreciendo nuestra vida en abundancia y sin límites. No en vano hemos sido creadas/os a imagen y semejanza de Dios. Es Dios, aquél a quién llamamos Emmanuel, el que se hace uno en nosotros y con nosotros, hecho PAN y VINO, para hacernos capaces de transmitir la vida y la alegría de su AMOR y para que nosotros mismos podamos hacernos uno con nuestros hermanos, siguiendo su ejemplo.

“COMED Y BEBED” no sólo es comer y beber sin degustar y sin asimilar lo comido. Si comemos y bebemos sin discernir lo que comemos y lo que bebemos, como afirma S. Pablo en I Corintios 11:29, enfermaremos. Si la Eucaristía se queda sólo en el rito o en el signo, entonces estaremos negando el Sacramento. Participar de la Eucaristía es aceptar trascender el signo,  descubrir su significado y estar dispuestos a vivir lo que estamos celebrando, de los contrario habremos asistido a un rito más, a una misa más y tendremos ante nuestros ojos la realidad de personas que no se dejan transformar por Jesús, y comunidades, que lejos de tener vida y vida en abundancia por su unión vital con el Maestro, pierden sabor y dejan de ser sal y luz para el mundo.

En relación a la situación de la mujer en el cristianismo, podemos apreciar que  Jesús, aunque era judío, tuvo un trato deferente con las mujeres y se mantuvo siempre por encima de las normas de la sociedad y de la cultura judía.
En los Evangelios, se recogen muchos ejemplos de ese trato de Jesús con las mujeres, a las que siempre trata con cariño, las escucha, las busca en sus situaciones e historias, en sus dificultades y problemáticas, escuchándolas y dejándose escuchar, dejándose cuidar y tocar por ellas, restaurando sus rostros y devolviéndoles la esperanza y la dignidad de Hijas de Dios y sobre todo, haciendo de ellas testigos privilegiados de su Presencia Resucitada,  enviándolas, como a María Magdalena, a anunciar la buena y alegre noticia a los Apóstoles.
El 8 de Diciembre de 1965, durante el Concilio Vaticano II, en el discurso de Clausura, la voz de Pablo VI se deja oír diciendo:
“… llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.
Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.

Ha sido y es la fuerza del Espíritu, quien desde siempre, y hoy de manera especial, está dejando ver que hay que devolver a la mujer su papel en el anuncio del Evangelio y un papel plenamente activo dentro de la Iglesia, pues no sólo es la historia más remota dentro de las primeras comunidades cristianas, sino los numerosos documentos existentes y la propia situación de la Iglesia actual, los que resuenan como un grito clamoroso pidiendo que se  le devuelva a la mujer, lo que por una serie de circunstancias y avatares históricos le fue arrebatado, incumpliendo así el deseo de Jesús de que fueran discípulas y colaboradoras suyas en el Anuncio del Reinado de Dios, en pie de igualdad con el hombre.                                                          

Por ello, denunciamos y pedimos a la Jerarquía Eclesiástica que sea abolido el Canon 1024 que nos inhabilita, por ser mujeres, al  presbiterado diciendo: “Solo los hombres bautizados pueden ser ordenados”.

Somos Hijas de Dios por el Bautismo y no nos vamos a alejar de la Iglesia, ni a abandonar la Comunidad de Fe y Amor a la que fuimos incorporadas por el mismo. Contamos con la fuerza de Dios, que se nos entrega a través de su Espíritu y nos basamos en el testimonio bíblico teológico de las primeras comunidades cristianas, en las leyes y normas del Concilio Vaticano II (1965) , en los Documentos de Medellín(1968),  Puebla (1979) y
Aparecida, donde los Santos Padres de una u otra forma expresaron:

“La mujer sufre una doble opresión, por ser pobre y por ser mujer” y esta opresión tiene que ver con la cultura patriarcal del Continente, y en general, del mundo en que vivimos.

Termino citando Gaudium et Spes, 9

“La mujer, allí donde todavía no lo ha logrado, reclama la igualdad

   de derecho y de hecho con el hombre”


Amén, Amén, Amén.


Piedecuesta, Junio 2 del 2018



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