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Desde adolescente, Christina Moreira fue haciéndose consciente de que su camino de vida se asemejaba al de los curas. Cuenta que llegó a admirar aque conoció. Aún hoy considera que hay «buenos modelos». Pero para la presbítera –ordenada de forma no canónica– faltan otros: los de «mujeres precursoras que sirvan para que las niñas puedan preguntarse: ‘¿Y por qué no yo?’». Está convencida de que ellas también pueden ser sacerdotisas y obispas; que no haya ninguna limitación por sexo o por orientación sexual.
La Iglesia católica sigue aferrándose a la idea de que, si Dios se ha encarnado en Jesús y no en una mujer, solo un varón representa de forma adecuada a Cristo. Cuando el papa Pablo VI tuvo que enfrentarse a este dilema, aludió «al ejemplo registrado en las Sagradas Escrituras de Cristo eligiendo a sus apóstoles solo entre los hombres». Si él escogió a 12 varones, ¿quiénes son ellos para abrir la puerta a las féminas? Es una conclusión que no vale para las 300 miembros internacionales de la Association of Roman Catholic Women Priests (ARCWP), colectivo de presbíteras católicas entre las que se encuentra Moreira.
La ARCWP nació en 2002, cuando siete mujeres de Austria, Alemania y Estados Unidos se embarcaron en el río Danubio, en Alemania, para ser ordenadas obispas por homólogos masculinos. «Comprendieron que se necesitaba hacer el cambio», explica Moreira. Son las llamadas Siete del Danubio.
Solo unos días más tarde, el Vaticano amenazó a las siete con la excomunión. Eso sí, les dieron la oportunidad de «redimir sus pecados»: la medida, les comunicaron, no realizaría si aceptaban la nulidad de su ordenación y reconocían públicamente su error. «No conocemos ninguna Constitución divina de la Iglesia que diga que los hombres pueden ser ordenados sacerdotes y que las mujeres no. En la Biblia, la benevolencia de Jesús el Cristo hacia las mujeres está expresada claramente», contestaron los portavoces del grupo.
Al final, tanto ellas como los obispos que participaron fueron excomulgados. Lejos de redimirse, continuaron con su lucha, avalada por el 74 % de los españoles, según un estudio de 2007. Otras las siguieron y fueron ordenadas, primero diaconisas, luego presbíteras y más tarde obispas. A Moreira la ordenó la norteamericana Bridget Mary Meehan. El Vaticano sigue en contra
En 1994, el papa Juan Pablo II emitió una carta oficial en la que se mostraba inflexible en este tema. «Declaro que la Iglesia no tiene autoridad alguna para conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este juicio debe ser tomado definitivamente por todos los fieles de la Iglesia», suscribía.
«Lo dijo bien claro: ‘La Iglesia no puede ordenar mujeres’. Pero sí ha avalado la esclavitud, la desigualdad de clases, el blanqueo de dinero turbio, el abuso de menores...», asegura Moreira, que cree que «el viejo fantasma viril de la impotencia acecha con ese ‘no se puede’». Ellas, por el contrario, piensan que sí.
Las religiosas reclamaron igualdad al Vaticano en la celebración del jubileo sacerdotal
«Es una cuestión de gónadas. No podemos representar a Cristo porque no venimos configuradas con el sexo correcto, cosa inventada posteriormente a los Evangelios»
durante el Año Santo 2016. Pidieron que se las escuchase y respetase. «Hemos recordado que nuestro bautismo nos abre a la vida de hijas, no de sobrinas ni primas lejanas de Dios. Esa dignidad es la que vamos a proteger y llevar adelante en nuestras vidas», prosigue.
Cinco años más tarde siguen sin noticias. El pasado enero, el papa Francisco autorizó que las mujeres puedan leer la Palabra de Dios, ayudar en el altar durante las misas y distribuir la comunión en un motu proprio (un documento pontificio que introduce cambios en el código de Derecho Canónico). Eso sí, cierra –al menos de momento– la puerta al sacerdocio femenino.
En junio se publicó un decreto que excomulga automáticamente a cualquier mujer que sea ordenada. «Para Juan Pablo II y Benedicto XVI fue un simple decreto», señala. «Con el papa Francisco –que siempre ha hecho gala de su compromiso social– ambos delitos se recogen en el mismo capítulo del Libro VI del Código de Derecho Canónico».
La presbítera gallego-fran-
cesa Christina
Moreira, casada con un cura, y oficiante de misas, lu-
cha por «aplanar la pirámide patriarcoimperial» de la Iglesia.
Una cuestión de cuerpo
Toda esta prohibición se resume, por tanto, a su cuerpo. Eso es lo único que las separa del camino que quieren tomar en la Iglesia. «Es una cuestión de gónadas –señala Moreira–. Parece ser que no podemos representar a Cristo porque no venimos configuradas con el sexo correcto. Esto fue inventado posteriormente y no hay nada en los Evangelios que permita dedu-
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17 DE OCTUBRE DE 2021
cir este razonamiento. Es una construcción de la Iglesia y, por tanto, puede cambiar. Si Cristo salva por haber tomado condición humana se supone que ha asumido la plenitud de la humanidad y no solo sus formas masculinas. De ser así, tiene que venir una Crista a salvar a las mujeres», razona.
Por otra parte, considera que «ya es hora de replantear la teoría de que el sacerdote es otro Cristo». En su opinión, eso ha traído la secuela de todos los horrores del clericalismo «construido sobre la visión de un presbítero varón heroico, superior, separado del pueblo y colocado en un pedestal, además de soltero forzoso».
La presbítera gallego-francesa, graduada en Teología que cursa un doctorado, está casada con un cura. Celebran misa todas las semanas, y no entienden que se imponga el celibato. «Es un invento del siglo XIII para evitar las herencias a hijos y mujeres del patrimonio de los curas», recuerda. Las obligatoriedades, a su juicio, solo hacen daño.
Moreira subraya que hace unos días se entregó el informe sobre los miembros del clero que abusaron de 200.000 niños y niñas, y también de adultos vulnerables en Francia (sumado a profesores y catequistas). «Ha quedado patente que hay que replantear todo el sistema, por cuestiones de mera supervivencia y salvaguarda de la integridad de las personas». A su juicio, el clericalismo ha fabricado monstruos. «Tenemos que aplanar de una vez la pirámide patriarco-imperial, todas y todos frente por frente y en pie de igualdad. Los repartos de tareas no han de implicar dominaciones de ninguna clase».
La ‘desobediencia continúa’
Las Siete del Danubio, en cierto modo, seguirán desobedeciendo, como lo han hecho frente al canon 1024, que estipula que solo un varón puede ser ordenado válidamente. «Desobedecemos una ley de un estado que no es el nuestro, de una institución que no nos consulta para confeccionar dichas leyes, que decide por nosotras qué le hemos de responder a Dios y, por supuesto, que se permite decir a quién Dios ha de llamar o no a servir», asegura Moreira.
Y recalca que ponerle condiciones al Altísimo es propio de quien ha perdido los papeles: «No sirve que nos digan ‘la Iglesia y el Espíritu Santo hemos decidido’, ya que sin escuchar al pueblo de Dios, que es la voz del Espíritu, no se puede saber lo que Dios quiere. A las mujeres solo nos escuchan si estamos dentro de la legalidad, si somos buenas y nos portamos como se espera de nosotras».
Como Rosa Parks contra el racismo en EEUU, toman asiento en lugares prohibidos por leyes que no entienden. «Como ella, nos exponemos a castigos igualmente injustos. Como Jesús de Nazaret, sabemos que muchos no nos van a entender y que podemos salir crucificadas». Pero consideran que el Calvario es el lugar que les corresponde, «no el impuesto por la segregación y el sexismo, no el sacrificio que implican las necesidades del patriarcado capitalista». Obedecen a sus conciencias, señala. «A lo que creemos que manda la ley del amor, que es la única que dejó Jesús», concluye. H
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